Los bancos públicos del perímetro de Central Park en Nueva York, suelen estar ocupados por personajes singulares. Para los desahuciados sin techo estos bancos son su sala de estar y trastero provisional, e incluso dormitorio para el verano. Otros, que tienen solo un lugar donde dormir, aunque equívocamente se le suele llamar un apartamento, prefieren pasar las horas de sol junto al parque acompañados de otros derrotados como ellos, respirando el mejor aire de la Ciudad y disfrutando de buenas vistas. En casa solo tienen unos palmos cuadrados, un televisor, mucha humedad y poco de que hablar. Los que tienen en casa de todo, incluso un árbol, no se suelen sentar aquí, la madera del banco tiene demasiadas historias incrustadas, les da reparo y les incomoda. Incluso les da asco.

Los bancos orientados al Norte, en la frontera entre Manhattan y Harlem de la calle 110, son perfectos para el caluroso verano de NYC. Los grandes árboles a sus espaldas les dan sombra. Los bancos del sur y del oeste, la calle 59 y Central Park West, son perfectos para el invierno, sobre todo aquellos a los que las calles transversales o los edificios bajos permiten el asoleo de la acera del parque. Por proximidad geográfica a los barrios pobres, los bancos del norte suelen estar más solicitados que los del sur, la zona comercial y rica. Estos últimos bancos se ceden a los turistas y a los compradores compulsivos agotados de patear comercios.

Los residentes habituales de los bancos de la derrota, suelen tener una expresión en el rostro de resentimiento por su mala suerte, rabia por no llegar a ninguna parte y tristeza por lo que les queda por pasar. Si además la edad se les ha echado encima, reflejan dolor, cuentas pendientes por su mala vida y mayor desamparo si cabe. Fotografiar a esta gente me ha obligado a depurar una técnica de captar sin ser visto, de quedarme con su recuerdo sin para ello ofenderles. Desde aquí les dedico mi más absoluta simpatía.